miércoles, 26 de septiembre de 2012

San Agustín de Hipona


Para San Agustín el hombre está compuesto por dos sustancias, alma y cuer­po. El cuerpo está formado por los cuatro elementos; y el alma, principio vi­tal del hombre y de los animales, está dotada de memoria, apetito y facultad cognoscitiva. Respecto al origen del alma duda entre un creacionismo y un ge­neracionismo o traducianismo.



El hombre tiende por naturaleza a la felicidad, que consistirá en la unión íntima con Dios: ascenso a Dios desde la intimidad humana. Para conseguirlo es necesario el esfuerzo humano y la ayuda de Dios, la razón y la fe: ambas se ne­cesitan mutuamente. La ayuda de Dios se efectúa por medio de la fe, que purifica la mente, y de la iluminación, que permite ver a Dios (Dios es el sol que ilumi­na la inteligencia para que esta pueda ver las verdades eternas que están en el interior). 

El esfuerzo humano lo realiza el hombre con sus potencias más nobles: la voluntad (amor a Dios, que es el Bien sumo) y la inteligencia (poseyendo por la iluminaci6n la suma Verdad, que es también Dios).

San Agustín estudia a Dios demostrando su existencia y estableciendo sus atributos, su esencia. Demuestra su existencia por las cosas exteriores (su or­den, belleza, bondad y contingencia se deben a Dios) y por la mente interior humana: las verdades universales y necesarias no se deben al entendimiento huma­no que no es necesario ni universal, sino a la Verdad Suma, a Dios. Los atribu­tos divinos son: ser sumo, inmutable, infinito, único y perfecto.
El mundo sensible es creado por Dios de la nada, conforme a las ideas inmu­tables y eternas que previamente existían en la mente del Creador. Y junto con el mundo aparece el tiempo: el tiempo aparece con la creación.

Para San Agustín la historia tiene un destino marcado por Dios. Así, distin­guirá entre la ciudad terrena, fundada sobre el amor egoísta, y la ciudad eter­na, fundada sobre la caridad cristiana. Toda la historia es una lucha entre estas dos ciudades o amores y concluirá con el triunfo de la ciudad de Dios.

Podemos concluir que en San Agustín la filosofía no es solo un sistema racional sino una estructura unida a la religión, que se descubre con una especial actitud del hombre que volviendo a su interioridad se eleva hasta Dios.

Como para San Agustín lo importante es explicar la relación entre el alma humana y Dios, entonces fe y razón no son más que medios o instrumentos que se exigen mutuamente para encontrar la verdad.

Por lo tanto fe y razón no se excluyen, sino que se complementan. Ni creer es algo irracional, ni el conocimiento racional (de Dios) destruye la fe. Para superar estas posiciones excluyentes, San Agustín propone que la fe se sitúe al comienzo y al final de la especulación racional. Primero como una condición necesaria para que se ponga en marcha una investigación sobre temas que de otra manera permanecerían ignorados, (la fe es guía y pauta de la razón), por otro lado la investigación racional dirige al hombre hacia la fe, ésta elimina las dudas consolidando el conocimiento racional.


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